El Vigilante
El Vigilante, uno de los relatos que aparecen en el libro «Cuentos del Cierzo», se escribió recordando la noche de la que se habla en sus líneas. En consecuencia el relato está basado en hechos reales que tuvieron lugar en Campo Fenero, un prado en el término municipal de Biel (Zaragoza), en las alturas de la Sierra de Santo Domingo a principios del otoño de la década de los años setenta del pasado siglo.
Como era de esperar, los tres amigos que aparecen en el relato al llegar a la tierra llana, contaron su observación y la intranquila, perturbadora y, alienante experiencia vivida, no fue creída por casi nadie. Uno de los tres sabe algo más de aquella noche que no ha contado a los demás. Se niega a hablar como si quisiera enterrar u ocultar en lo más profundo de su memoria, algo innombrable, trágico tal vez, o que podría abocarle a la locura.
Conviene señalar que «Fenero» viene del latín fenum=heno y es una palabra aragonesa de origen románico que se emplea para decir «Prado», por lo tanto hay que señalar que en el párrafo anterior hay una redundancia al escribir: «…en Campo Fenero, un prado en…»
El inicio del relato es una ofrenda a la época en que el autor de El Vigilante pasaba largas noches, desde la primavera hasta el otoño, dedicado a su afición preferida, la astronomía. Campo Fenero resultaba un lugar ideal para la observación del cielo, por la inexistente contaminación de luces parásitas, claro que aquellas soledades, al menos en aquellos años, podían resultar inquietantes a veces como ocurrió en aquella noche.
Campo Fenero y en general la Sierra de Santo Domingo, han servido como inspiración en algunas ocasiones en relatos que aparecen en «Cuentos del Cierzo», por lo que tenía de hermosa y también lejana en relación a que en la época a que se refiere la narración, los medios de comunicación, eran menos numerosos y más precarios que los de hoy en día que se han multiplicado, y con ello se ha facilitado la llegada del ser humano a todas o a casi todas partes, privándonos con ello del encanto de la soledad. Y también cómo no la Sierra de Santo Domingo tenía algo de cercana a la vez, y sigue teniéndolo, en lo tocante a su vieja geografía de pobladores antiguos y de historias fundacionales.