«Tánguili, tánguili, tánguili…tánguili, tánguili, tánguili…tánguili, tánguili, tánguili»… Parece marcar el tamborilero con sus palillos, a través de un tempo prestíssimo, sobre el parche tensado y fresco de la caja, en la mañana recién estrenada.
Se le oye pasar por la calle madrugadora, desde la plácida confortabilidad de las sábanas. En un primer momento con la incapacidad de que los párpados triunfen sobre el sueño, el espíritu se abandona al relajo.
Pasa alejándose poco a poco, calle abajo incitando ecos y vecinos. Es el despertador del amanecer. ¡Estad atentos! Parece decirles a aquellos a quienes busca. A los danzantes del alba, va a por ellos con urgenciat, para invitarles a un enloquecido y frenético ritmo machacón: «Tánguili, tánguili, tánguili…tánguili, tánguili, tánguili…tánguili, tánguili, tánguili»…
Concita en la mañana a las dulzainas que con su alegre quejido comienzan a escucharse a lo lejos, como una llamada contestando al tamborilero.
El sueño recorre las calles y, mientras que la música se aleja o se acerca unas veces u otras, los danzantes del alba brincan haciendo sonar sus castañuelas rápidas, insistentes: «Clás, clás, clás…clás, clás, clás…clás, clás, clás»… Como una carga de cafeína directamente inyectada en el espíritu.
Los trasnochadores ebrios de cenizas y alcohol, les van siguiendo, deseosos de sacudirse el cansancio con la vitalidad que comienza a inundar las calles cuesta arriba, cuesta abajo.
Los madrugadores, frescos con la resaca del sueño aún entre las manos arropan la danza en la sombra, o contra el sol. Cuesta arriba, cuesta abajo, siguen su camino marcado y las paradas.
«Tánguili, tánguili, tánguili…tánguili, tánguili, tánguili…tánguili, tánguili, tánguili»… sigue el tambor y las dulzainas llevando la melodía en gemido claro, dirigiendo y reforzando las pisadas de cáñamo de los danzantes.
Cuando empiezan a caerse los primeros claveles rojos de los ojales de los chalecos, la fiesta estalla desde el azul limpio del cielo, hasta los campos vacíos de hombres.
Los campos dormidos aún reciben el beso de los pies que fertilizan la tierra a empujones con el agua y, un año más se produce el milagro de otro verano.
Otra mañana más pasa el el tamborilero con su «tánguili, tánguili, tánguili…tánguili, tánguili, tánguili…tánguili, tánguili, tánguili»… Cuesta arriba, cuesta abajo y se pierde al final en el silencio.
La imagen pertenece a un video de Beatriz Cuartero en https://www.youtube.com/watch?v=V1iRr-SAUlQ
Me gusta la escena . la reconozco.
Gracias.
Era de esperar que conocieras la escena.
Antonio