Hubiera jurado que ya había leído La procesión de los días deWenceslao Fernández Flórezy no estaba del todo equivocado porque lo había hecho a trozos que en alguna ocasión me habían llamado poderosamente la atención. Textos como este, por ejemplo: “…Bajaron a la lancha. Las muchachas se arremangaron las faldas y asentaban los pies cuidadosamente en los escalones de piedra del vetusto muelle, cubierto de un musgo marino verde y lacio que rezumaba bajo los pies. Los dos hombres extendieron sus manos a las recelosas. Dina se apoyó en Carlos para saltar al bote. Le rozó con su busto arrogante, y un momento percibió él fuertemente el aroma del cuerpo joven y de los cabellos negrísimos, que triunfaba del fuerte olor del mar. Saltó el último y quedó un instante en pie, vacilando, Dina se apretó contra su compañera, para ofrecerle asiento. Los marineros apartaron suavemente la lancha de tierra y se sentaron después a remar. El muelle se fue alejando muy despacio…”
Con solo la lectura de este texto ya se advierte todo un mundo de confidencias y de promesas, se descubre el genio del autor y la destreza que irá desgranando a lo largo de la novela por medio de las descripciones y de toda la narración en general.
Escribir hoy sobre Fernández Flórez no es casual, y viene a cuento de habérmelo encontrado en el mejor de los sitios quizás, en La Coruña, en una librería de libros viejos y usados, en medio de un amontonamiento de estantes y anaqueles doblándose bajo el peso de tantos y tantos volúmenes, inmersos en la humedad y el olor a moho, pero con la apreciable ayuda e informaciones de la dueña del negocio, de más de treinta mil libros en espera de ser vendidos o de ser trasladados día sí, día no, en lotes de diez y de veinte o hasta de cincuenta, al contenedor de papel y cartón donde desaparecen al poco de depositarlos.
¿Es o no es casual? Encontrarme con un libro de WFF. Viene como anillo al dedo esa conjunción de tropezarme con el autor, en su tierra, y el momento —en el que arde el país por las temperaturas, y literalmente—. Es el momento o la ocasión más adecuada para leer en el sitio, rodeado de “néboas” y “brétemas” o bajo un azul espléndido cuando sopla el “nordés”.
Por cierto, no sé quién se inventaría lo de venir como anillo al dedo. A mí personalmente casi todos los anillos me vienen o muy apretados o llegan a perdérseme.
La Galicia de WFF ya no existe, pero aún se pueden encontrar atisbos de la misma en la idiosincrasia de sus gentes, o ¿será una imagen prefabricada proyectada sobre el paisanaje? ¿Un engaño a base de ese no saber si la persona con quien hablas sube o baja…? Quien sabe.
Este libro del que hablo viene a ser la mitad de un A5 y se titula Obras Completas y es concretamente el tomo I, en él y en papel Biblia vienen esta, La procesión de los días, Volvoreta, Ha entrado un ladrón, y otros títulos más, es una segunda edición de 1946, y me llamó la atención una dedicatoria de un amado a su amada al regalarle este libro:
“En el X aniversario de nuestra boda con cariño. José Luís”. Me pareció enternecedor leer esta dedicatoria, y como si descubriera un momento en el que yo no debiera estar, me sentí un tanto intruso. La dedicatoria en redondilla destila amor, o eso me pareció, pues la “E” mayúscula del inicio va adornada con unas volutas, y la “c” de cariño también y en mayúscula. Al pasar sus páginas he ido desdoblando algunas esquinas, o corrigiendo algunas imperfecciones con la uña, que la lectora a quien se regaló este libro, fue provocando con su uso, también he podido descubrir que probablemente no alcanzó a terminar de leer la primera novela, ¿Tal vez se cansó? O ¿tal vez dejó de amar a José Luís? Me gusta pensar en un montón de posibilidades.
Volviendo a La procesión de los días, WFF utiliza a un personaje de esta novela, el doctor Fiaño, y a él se dirige en el prólogo de Volvoreta, es una forma muy ingeniosa de hacernos pensar que el personaje ha cobrado vida más allá de las páginas, o que en realidad es un amigo a quien hace el honor de pasar a la posteridad a través de la ficción, en cualquier caso, es un buen truco que no deja de sorprender, aunque ya existan en la literatura precedentes análogos. Confieso que esto me sirve para el aprendizaje a la hora de escribir mis propias cosas.
Este Fiaño, curiosamente, es quien precipita con su intervención el final de La procesión de los días, y aunque el lectorse espera un final que castigue a Carlos, el protagonista, no esta muy claro si será así, y menos su redención de la palabra empeñada con alguien que sin saberlo, va a morir liberándole de su compromiso, consiguiendo en una carambola inesperada que la paciente y santa María Luisa pueda ser feliz.
“…Fiaño asentía, moviendo la enorme cabeza calva en la que unos mostachos formidables hacían resaltar la ausencia total de pelo en lo sumo del cráneo, y en la que unos ojos minúsculos se cerraban sin gran esfuerzo a cada instante, como si huyesen a contemplar, orgullosos, la ciencia acumulada en el cerebro de su propietario, ejemplar de una grotesca vanidad incorregible…”