Caía con fuerza en aquel momento la lluvia tras los cristales de su abigarrado estudio, su mesa de trabajo era un verdadero campo de batalla en el que se formaban trincheras y parapetos de libros, notas, apuntes e informes; en el gran cenicero de bronce agonizaba la última punta de un cigarrillo sobre un cementerio de cenizas y otros restos calcinados; la luz de la lámpara proyectaba dos conos truncados de luz, el que incidía sobre la mesa despertaba antiguas irisaciones sobre el barniz, y delataba la escasa limpieza a que era sometida, el haz que iluminaba el techo descubría hojarascas de pintura a punto de caer con el próximo otoño.
La última tormenta del verano anunciaba su final con un atronador recorrido celeste precedido del rayo. La noche había llegado definitivamente con demasiada premura, aquella no sería una de esas tardes de rojos ponientes tan melancólicos, al reves, el rayo el trueno y la lluvia despertaron ecos, y olores nauseabundos de la vegetación vieja y corrompida, bajo la ventana del estudio que daba directamente a un jardín de aires decimonónicos, en el que las plantas sin orden ni jardinero desde hacía decádas, campaban a sus anchas lujuriosas y amenazadoras.
Leía ahora un no muy viejo tratado de Física: «… sabemos que la histéresis es la tendencia de un material a conservar una de sus propiedades en ausencia del estímulo que la ha generado. En el mundo físico podemos encontrar diferentes manifestaciones de este fenómeno. También se aplica esa definición a fenómenos que no dependen sólo de las circunstancias actuales, sino también de cómo se ha llegado a dichas circunstancias…»
Había descubierto la palabra en un artículo periodístico de economía, en el que también se usaba la definición para designar, en el caso del desempleo, aquellas situaciones en donde al aumentar el mismo, existe una dificultad en lograr que éste vuelva a bajar; «…este proceso consiste en la acumulación de la tasa de paro de un período determinado, como paro habitual para el período siguiente, bla, bla,bla…»
Resultaba en aquel momento una buena explicación, ésta de la histéresis, buena si se aplicaba a la energía de la luz; resultaba una más que buena explicación para hallar la solución a los espectros de luz, o a los fantasmas de luz, para comenzar a desenmascararlos. Sí, sí, llevaba mucho tiempo investigando en ello, tanto que sus amigos ya ni se reían de él. La verdad es que había cortado cualquier comunicación con los pocos incondicionales que le habían quedado; llevaba una vida de solitario, casi exclusivamente dedicado a sus investigaciones, y al trabajo que le daba de comer
Sus investigaciones habían comenzado tiempo atrás dando por sentado que la energía de las personas cuando mueren, se disgrega en el ambiente, y andaba tras los pasos, muy lejanos, de conseguir de una manera u otra aprehender esa energía, o llegar a entenderla, conseguir discernir por métodos físicos o racionales, a dónde se disgregaba o en dónde se almacenaba. Buscaba una explicación plausible más alla de las definiciones que daban las religiones y las creencias actuales.
Ahora gracias a la definición de, y debido a la histéresis, estaba en situación de dar casi por cierto que esta energía tendía a conservar sus propiedades de actuación en ausencia del cuerpo de la persona con el que durante décadas había estado unida y en el que durante décadas había sido educada y acostumbrada a una serie de posiciones, acciones y manejos, como un vicio inconsciente. Esta energía, no era un tipo de energía normal y conocida, no era lumínica, ni era eléctrica, era otra forma de energía que funcionaba a frecuencias todavía por estudiar, y debido a la histéresis, actuaba y se relacionaba con la materia del ambiente en el que había sido disgregada, de la misma manera que cuando estaba contenida en un cuerpo, al menos si no al cien por cien de fidelidad, si a porcentajes de tendencia lo suficientemente altos, como para hacer vibrar el aire con un tono y unas notas que a los mortales, con escalofrío en la espalda, nos hacía pensar que era la voz del difunto, o con unos porcentajes de tendencia capaces de hacer tirar un vaso de la mesita de noche en la habitación del difunto, o con porcentajes de tendencia mas que poderosos como para presionar el mando de la televisión del difunto, y que ésta se encendiera provocando un histérico, escalofriante y desagradable sobresalto entre los habitantes de la casa.
A veces, esta tendencia de conservación, podía ser tan alta y estar tan arraigada en un vicio a la forma del difunto, que era capaz de alterar el campo electromagnético del aire en el que se desplazaba, alterando por lo tanto incluso la composición espectrográfica de la luz visible incidente en dicha área y mostrando la mortecina y semitransparente imágen del difunto, o un parecido con él que en ocasiones, era completado con el asombro y la psicología del propio observador asustado, que en caso de haber conocido a la persona difunta en vida, completaba inconscientemente desde su cerebro, los rasgos del mismo.
En estas anotaciones andaba cuando el horrible chasquido de un rayo estremeció sin tener porqué, las gruesas cortinas de su ventana a la vez que un escalofrío recorría su espalda y bajaba insospechadamente la temperatura de la habitación.