Esta entretenida descripción que recuerda al guión de una película pertenece a «La Guarida», novela escrita por Shirley Jackson. El título completo en ingles de la misma es: «The Haunting of Hill House» considerada por algunos autores contemporáneos como Stephen King, la obra de horror más importante del siglo pasado.
Shirley se especializó en el género de terror influyendo en autores posteriores como Nigel Kneale entre otros, y en King como ya se ha nombrado.
Tal vez esta especialización o esta tendencia de la autora, viniese provocada por sus enfermedades psicosomáticas y neurosis que le llevaron a adicciones de anfetaminas y alcohol que acabaron con su vida.
Recomiendo para los amantes del género una lectura sosegada, dentro de lo que cabe, de «La Guarida», hallarán en sus líneas también, descripciones interesantes como la que hoy traemos a este hueco.
«…La carretera, que ya era su amiga, descendía en curvas donde le aguardaban sorpresas: una vez fue una vaca que la miró del otro lado de una valla; otra vez, un perro que la contempló displicente. El camino se precipitaba hacia hondonadas donde se alzaban pueblos pequeños, pasaba por delante de prados y huertas. En la calle principal de una aldea pasó por una gran casa, sostenida por columnas y rodeada por un muro, con contraventanas y un par de leones de piedra que protegían la escalera, y pensó que ella podría vivir allí. El tiempo empieza en esta mañana de junio, se dijo, un tiempo extrañamente nuevo y sin parangón; en estos pocos segundos he pasado toda una vida en una casa con leones en la entrada.
Cada mañana barría el porche y desempolvaba los leones y cada noche les acariciaba la cabeza para darles las buenas noches, y una vez a la semana les lavaba la cara, la melena y las garras y les limpiaba los dientes con una escobilla. Todas las habitaciones eran altas y luminosas, con suelos resplandecientes y ventanas de madera. Una refinada ama de llaves cuidaba de ella, moviéndose, almidonada, con un servicio de té de plata y llevándole un vaso de saludable vino de bayas. Cenaba sola en el largo y silencioso comedor, sentada a una mesa fulgurante, y en medio de los altos ventanales las paredes brillaban a la luz de las velas; la cena era faisán, verduras de la huerta y confitura casera de ciruelas. Dormía en una amplia cama con dosel, la gente inclinaba la cabeza a su paso en las calles de la ciudad porque todos estaban orgullosísimos de sus leones.
En ese momento había dejado atrás el pueblo, y circulaba por delante de merenderos y tenderetes cerrados. Tiempo atrás se había celebrado allí una feria con carreras de motos y todo; los carteles conservaban aún fragmentos de palabras, teme, decía uno de ellos, y otro ario. Se rió, dándose cuenta de cómo buscaba presagios por todas partes; la palabra era temerario, Eleanor, «Conductores temerarios». Aminoró la marcha.
En un punto del camino se detuvo a contemplar el paisaje. A lo largo de aproximadamente medio kilómetro había ido bordeando y admirando una hilera de adelfas espléndidamente cuidadas, que florecían rosas y blancas. Un par de columnas de piedra derruidas daban acceso a un camino que llevaba a unos campos abandonados. Más allá, las adelfas se apartaban del camino y aparentemente bordeaban un riachuelo…»
La Guarida, Shirley Jackson