Todos los humanos son iguales al nacer
Todos los humanos al nacer, son iguales, también al morir; sin embargo, la madre de semejante prole, se ha empeñado desde el alumbramiento de su primer hijo en establecer diferentes distinciones, preferencias, ojitos derechos, ovejas y garbanzos negros, guapos, feos, listos y altos, tontos y bajos, y viceversa, raros, monstruos, neandertales, cromañones, negros, amarillos, blancos, y toda clase de pájaros de la más diversa especie, que hacen del planeta una inmensa guardería con un cartel de neón color azul en el que se lee: «La Humanidad».
Esta guardería debe de tener a menudo grandes y ocultas ayudas oficiales a modo de subvenciones o algo similar, ya que todos sus hijos, cuando nacen vienen sin nada, no aportan nada al común, y durante bastante tiempo, tiene que invertir en ellos, para lo que es necesario lo que diríamos un capitalazo, no obstante, el negocio se autofinancia con los que se van, dado que estos últimos, no se llevan nada, esa es la principal condición de ingreso en la guardería, aparte de otras muchísimas estipulaciones que se han ido añadiendo con el paso de los tiempos. Por lo tanto, con las aportaciones de los idos, parece ser que se mantiene, y tiene pintas de durar otras cuantas eras.
Últimamente, soplan vientos de desestabilización por sus corredores y dependencias. Ante semejante maremagnum que se le está montado a la guardería, la alta dirección de esta, ya está llevando a cabo sus advertencias que, en principio parecían las de una madre condescendiente y devota; amantísima madre de sus hijos, pero que ahora se ha convertido de la noche a la mañana en una madrastra al más puro estilo victoriano, conminando a toda la prole, a que deje de dar tanta guerra.
Por cierto, que a nadie se le ocurra preguntar a dónde se van aquellos que hemos dicho más arriba que se van, los idos, pues ante esta cuestión aunque la inmensa mayoría tiene una respuesta incluso con el nombre y dirección exacta, son otros muchos los que contestan que no van a ningún sitio, con lo que la cosa se pone mucho más fea, frente a la perspectiva de darse cuenta de que todo ha sido un engaño, o un sueño, y llena de muy mal humor unas veces, o de resignación otras a todos aquellos que están de acuerdo con esta hipótesis. La resignación la llevan, parece que bien, porque en coherencia y consonancia con su idea, y la inevitabilidad de su estancia en la guardería tratan de pasar el sueño lo mejor posible, e incluso no descuidan de que quienes les rodean, aunque sean de otra opinión, lo pasen bien también, pero no hacen ningún proselitismo de su idea. En cuanto a los que te dan el nombre y dirección exacta, son muy graciosos, ya que o no han actualizado su agenda, o tienen direcciones antiguas, porque si bien todos coinciden en que se va a un determinado sitio o lugar, hay más direcciones que puntos en la rosa de los vientos, además de que también hay direcciones hacia arriba y hacia abajo; lo de hacia arriba o hacia abajo, es un defecto muy perjudicial que tienen casi todos los componentes de la guardería, que es el de creerse ellos el centro del universo, verdaderamente no tienen ni idea de donde están. Están bastante perdidos, pero no lo quieren reconocer; bueno los que dicen que no se va a ningún sitio, también suelen considerarse el centro del universo.
Con todo este panorama, no es de extrañar que casi todos anden a la busca de sus raíces. Muchos son los que quieren saber de donde vienen y a donde van en medio de la oscuridad y la falta de archivos que hay en la guardería, aunque más que falta de archivos, lo que les ocurre, es que no saben leer bien, pues la información está diríamos, siempre a la vuelta de la esquina, pero no tienen práctica de lectura, o la han olvidado después de tantas generaciones.
Los antiguos sí que sabían leer, pero los de ahora no, buscan, pues, quienes son en definitiva. Este buscar les hace tropezar, e incluso se topan con muchas desilusiones, pues por lo general cuando buscan, lo que quieren encontrar es una idea preconcebida de lo que son, y generalmente la evidencia de la realidad suele ser no del gusto de sus buscadores, y entonces se montan lo que ellos llaman identidad, para esto plantan una bandera en el sitio más alto que encuentran o en el rincón más de su agrado y empiezan a llamar a unos o a otros que se identifiquen con esa idea que buscaban, pero los más avispados se guardan muy mucho de contarles la verdad de la identidad, y con esto van tirando y montan sus fiestas y a veces hasta sus guerras cuando son muchos y ya no caben, bien con intención de ganar más terreno, o bien con intención solamente de hacer negocio.
Volviendo a las tetas nutricias —que de esto de la busca de la verdadera identidad podemos hablar otro rato—, decir que no es lo más grave la falta de alimento, sino la desesperanza que empiezan a sentir muchos de los asistentes a la guardería, dado que se ven directamente amenazados, y puesto que desde hace ya varios cientos de años, aunque ahora se ha agudizado, vienen soportando la falta de ese escaso nutriente que les llegaba y que ahora ya amenaza con el cierre definitivo y el fin de sus tiempos, del fin de ellos, no de otros, de ellos de los feos y bajos, y viceversa, raros, monstruos, neandertales, cromañones, negros cuya madrastra no es mira… En definitiva, vienen reclamando desde hace mucho tiempo la plusvalía que no se les endosa en sus cuentas particulares del beneficio que provoca la marcha de los idos, estén donde estén, y el beneficio de las grandes fortunas de los ojitos derechos. El caso es que a este corifeo se han sumado los guapos, listos y altos, que están en este momento a verlas venir, también como quien dice, y se sienten maltratados argumentando el poco mal que han dado a la madrastra, en beneficio de los ojitos derechos, que ahora convencen a la madrastra de que pintan bastos y de que si queremos que el negocio de la guardería siga adelante, no queda más remedio que privatizar lo más posible, y el que se quede a las puertas que se busque la vida, con lo cual son cada vez más los que llaman a la puerta.
Los ojitos derechos han establecido un cuerpo universal de policía por todos los corredores y dependencias de la guardería que se afana en disolver concentraciones y altercados de cualquier índole.
Los policías buenos tratan de convencer a los feos y bajos, y viceversa, raros, monstruos, neandertales, cromañones y a los guapos, listos y altos de que no hay sitio para todos y de que tiene que irse al exterior, al desierto, o a donde sea, pero que no den más la vara, que si acaso, les han dicho los ojitos derechos que se ajusten el cinturón, que ayunen, y que cuando vaya la cosa un poco mejor ya les llamarán, los policías universales, se anotan el teléfono de contacto, dirección y o correo electrónico de quienes protestan, y los despiden con un vale hasta luego. De los policías malos ni que hablar, pues se aprovechan de la mirada suplicante de los vigilados, y hacen con ellos lo que quieren, puesto que se agarran a un clavo ardiendo.
Tal como va el negocio en la guardería, los ojitos derechos están jugando con el filo de la navaja, y a lo peor se cortan, con lo que la salpicadura va a manchar las paredes, y luego dirán a las tetas nutricias que han sido los hijos díscolos, los ojitos derechos son muy finos y emplean palabras como díscolo y otras más raras, y seguramente ya tendremos montada otra a base de identidades y pertenencias a grupos que querrán por fin alcanzar el lugar que les ha sido vedado desde la fundación de la guardería, con lo cual este asunto no tiene fácil solución o enmienda. Enmendar es una palabra que no les gusta a los ojitos derechos, puesto que según su tradición ellos lo hacen todo siempre bien, aunque la historia se empeñe en decir lo contrario, la historia no oficial, ojo, puesto que la otra la han escrito ellos a su imagen y necesidad, lo de las identidades.
Algo se mueve no obstante entre dos aguas, el otro día sin ir más lejos, en uno de los restaurantes de la guardería, afuera hacía una temperatura de 41 grados centígrados, en el interior sonaba el frun-frun del aire acondicionado, comían el menú del día en la misma mesa y animada conversación un grupo de cinco personas, neandertales, cromañones, negros, amarillos, y blancos. La esperanza queda.