El clan atravesaba la selva, siguiendo los pasos de la madre mayor, que avanzaba sin apenas titubear por entre medio de aquella maraña de plantas y bejucos que cerraban el paso a la progresión del grupo.
Por ser ella la más vieja estaba más cercana a la tradición recibida de su madre, a la vez recibida de otras antecesoras, a través de las que venía fluyendo la misteriosa fuente de la experiencia y el conocimiento del camino para la gran marcha anual.
A una distancia respetuosa le seguían dos varones jóvenes y a continuación otras madres con sus hijos y los individuos más viejos o enfermos; cerrando la marcha un reducido grupo de adultos de gran fortaleza, vigilaban, empuñando garrotes y palos aguzados, el camino que dejaban tras de sí a la vez que ayudaban a pogresar a los rezagados, que bajo ningún concepto permitían que quedasen atrás, ayudándoles a levantar si caían o si los veían demasiado cansados.
Para el clan era un misterio, cómo le era posible a la madre mas vieja, conservar la fuente sin perder el recuerdo de lo que la tradición le había enseñado, sobre cosas tan necesarias y a la vez tan útiles y secretas como el fuego, los lugares, los caminos o los lugares mágicos.
Para ellos, seres sin historia, acosados por el misterio de su vida y de sus días, lo único que tenía sentido era permanecer juntos siguiendo las decisiones de la gran madre, ella era la proveedora, ella quien decidía, la dueña del conocimiento y de la magia del fuego.
La noche llegaría pronto y con ella los monstruos y las fieras que viven de la oscuridad. Comenzaban a mostrarse inquietos algunos indivíduos, contagiando su desazón a los cercanos, en el silencioso progresar a través de la selva.
La luz había ido cayendo paulatinamente, pero la madre mayor parecía no darse cuenta, seguía con su paso certero sin preocuparse por el recelo y el temor que cundía entre las filas del clan, no se inmutó ni volvió la vista atrás en ningún momento, concentrada como estaba en su labor de redescubrir el claro de bosque que intuía cercano, que desde lo más profundo de su ser, una chispa poderosa de certeza, le aseguraba aquella cercanía.
Los componentes del clan, arquetipo de todos los clanes de esta nueva tierra, al llegar al claro respiraron asombrados y apaciguados al encontrarse en una especie de habitación dentro de la selva, protegidos de algúna manera por el espacio, una vez apiñados en el centro en torno a la madre mayor, que les separaba de los árboles las lianas y los bejucos.
Recien llegados, allí pasarán la noche siguiendo la orden de la madre mayor, pero ahora se encuentran enfrentados a un dilema: emplearán las ramas y hojas para formar un cobijo en el centro o utilizarán aquel mismo material para hacer un fuego que igualmente les proteja. Saben o presienten que el fuego es un lugar de privilegio, pero nadie se atreve, todos esperan una señal mientras que sus ojos comienzan a brillar en la penumbra que avanza como una fiera sigilosa desde los árboles que les rodean, desde más allá de la trocha que les ha traído hasta aquí y que ahora permanece como una garganta oscura y amenazadora en la linde del claro.
A unas señales de la madre comienzan a limpiar la parte central del que será su aposento nocturno, mientras que otros acarrean hasta el centro ramas secas y hojarasca que pueden recoger sin aproximarse demasiado a los límites del claro. Una vez reunidos todos y recogidos en un silencio absoluto, pueden escuchar los ininteligibles sonidos que la madre, como en una letanía, va emitiendo como una oración o como un conjuro previo a la consecución de un fuego minúsculo y humeante al principio y poderoso y erguido al final.
Gritos de alegría saltos de baile acompañan a este rito de la fundación de su habitación, de su poblado. El fuego es para ellos la casa y el calor. El fuego cambia las cosas.
Este es el misterio. Quienes están cerca tardarán en perder el recuerdo. Después otra madre mayor seguirá con la tradición y el conocimiento transmitido de unas a otras. Por esta noche eso les basta.
Mañana, aún no lo saben, nunca lo sabrán, su mundo y su raza correrán hacia la perdición, pero mientras tanto serán felices aunque no lo sepan, mientras que la madre les guíe serán felices, no habrá envidias ni deseos de superarse entre sí, serán como hermanos.
La cabaña y el fuego es su mundo durante la gran marcha. Siguen al sol en su camino hasta el punto en que el día es igual a la noche, cuando llegan a aquella nueva tierra, se extienden fundando poblados, entrando en contacto con otros que les precedieron.
Cuando llegue a ser el día más corto que la noche, partirá de nuevo la madre mayor haciendo el camino inverso, dejando atrás engarzados con el misterio, los conocimientos y la sabiduría en las manos de su sucesora dejando en sus manos el fuego elemental, el fuego físico y civilizador para que la vida gire en torno a un puñado de brasas, el fuego ritual para sus dioses, el fuego que vivifique los recintos helados, el fuego que alimente la luz y la inteligencia.
Ignis mutat res. El fuego cambia las cosas.
«…Los hombres en los antiguos tiempos nacían en las selvas, grutas y bosques como fieras, y vivían sustentándose de pastos silvestres. Sucedió en cierta ocasión encenderse cierto bosque a la contínua confricación de sus árboles y densísimas ramas en una tempestad de viento. Espantados del fuego y su voracidad los que por allí vivían, huyeron al punto; pero mitigado después, se fueron acercando; y advirtiendo ser de una gran comodidad para los cuerpos, añadieron nuevo pábulo al fuego que quedaba, le conservaron, y fueron convocando otras gentes, a quienes por señas iban informando de las utilidades del fuego…»
De Architectura, Vitruvio.