«…Mi devoración, al principio, era tosca, orgiástica, descentrada, cochina —me daba igual emprenderla a mordiscos con Faulkner que con Flaubert—, pero pronto empecé a percibir sutiles diferencias. Me di cuenta, al principio, que cada libro poseía un sabor distinto —dulce, amargo, agrio, agridulce, rancio, salado, ácido—, y según fue pasando el tiempo y mis sentidos ganaban en agudeza, llegué a captar el sabor de cada página, de cada frase y, finalmente, de cada palabra: todas traían consigo una ordenación de imágenes, representaciones mentales de cosas que yo desconocía por completo, dada mi limitada experiencia del llamado mundo real: rascacielos, puertos, caballos, caníbales, un árbol florecido, una cama sin hacer, una mujer ahogada, un muchacho volador, una cabeza cortada, siervos de la gleba que levantan la cabeza al oir el aullido de un idiota, el silbido de un tren, un río, una balsa, el sol entrando al sesgo en un bosque de abedules, la mano que acaricia un muslo desnudo, una choza en la jungla, un monje que se muere. Al principio me limitaba a comer, royendo y masticando, tan feliz, siguiendo los dictados de mi gusto…»
Firmin, Sam Savage.
Sam Savage falleció en el mes de enero de 2019, el texto que antecede a estas líneas corresponde a su segunda y más famosa obra en mi opinión, Firmin, una rata de biblioteca nacida en una librería de un barrio de Boston.
Firmin era la hermana número trece de la camada y como su madre no tenía mas que doce pezones, tuvo que alimentarse comiendo del nido que estaba formado por tiras de hojas de libros. Más adelante fue marginada por su familia y entonces buscó la amistad de su héroe, el librero, y la de un escritor fracasado. Firmin comprendió al poco de ser marginada, que una rata culta como ella, necesariamente había de ser una rata solitaria.
La novela está llena de ternura, y es un homenaje a todos los lectores. En sus líneas hay tristeza a partes iguales que humor, y entre las mismas aparece la necesidad de encontrar un mundo redimido por la literatura.
Muy buena novela que Sam escribió cuando tenía 67 años, con anterioridad había sido mecánico de bicicletas, carpintero, pescador de cangrejos, y tipógrafo.
Graduado en la universidad de Yale, se dedicó a estudios de filosofía. Años después de publicarse esta novela, fue redescubierta y publicada en España en 2007.