En la mitad de la mañana, no disponiendo ya de todo el tiempo del mundo, los ojos grises acuosos miran hacia algún lugar indeterminado. Inusualmente, el sol calienta y brilla sobre un cielo despejado, y se advierte una ligerísima brisa del suroeste, que hace parecer el ambiente más agradable, mucho más de lo que cabría esperar en una mañana como esta de finales del otoño. Todo el mundo se pregunta el porqué de esta situación de esta estacionalidad inesperada del clima, de esta bonanza, de esta especie de veranillo de regalo, los árboles no han terminado de deshacerse de todas sus hojas, y la savia que corre por sus vasos, anda como indecisa y sobresaltada, sin saber si hibernar o buscar un calendario inexistente que le asegure de la próxima llegada del invierno, y no de esta especie de primavera, que anda arriba y abajo en su fuero interno, hacia el exterior, pregona su desnudar de hojas, y la próxima muerte pequeña definitiva que traerá un nuevo renacer cuando lleguen los lejanos días de la primavera de verdad.
El hombre de los ojos grises y acuosos sigue mirando a lugares indeterminados a su derecha e izquierda, sentado en el banco de un parque en el que a pesar del desasosiego de la savia de los árboles, el sí que sabe que el invierno llegará, aunque hoy equipado con abrigo, bufanda y gorra, se deje acariciar por los rayos del sol.
Sus ojos ya han visto muchos inviernos, aunque ninguno como este en el que siente el frío de la vejez y la presencia de la muerte que quizás le ronde. Las manos se le cierran nudosas sobre un bastón con puntera de goma, con el que dibuja juegos y líneas sobre el paseo blando solo descifrables por él, a la par que suceden estos momentos de paz vegetal en silencio, llegan hasta su descansado sitio, los ecos del tráfico no lejano de la ciudad, y alguna hoja a pesar del desconcierto de la savia cae blandamente describiendo un leve vibrar en espiral reposando sobre la gravilla finalmente. No pasea nadie a esta hora, está solo y carraspea en voz alta una flema y una débil tos que le molesta de vez en cuando en la garganta. Tras ese acto de afirmación se arrebuja en el abrigo con gestos cuidados y lentos en los que se adivina un cierto cansancio y aburrimiento no falto de necesidad de comunicación con otros semejantes.
Como se dice y se escucha, fuera del parque, los coches atraviesan veloces las avenidas, las gentes apresuradas deambulan de un sitio a otro con el gesto cansado e impertinentemente superior, encerrando a cada hombre o mujer en un mundo unipersonal, creando a su alrededor una muralla invisible, que nadie puede vulnerar, ni mucho menos asaltar, so pena de recibir el flechazo de una mirada amenazante, o cuando menos, hosca, es la defensa contra el otro, casualmente el semejante, del que cabría esperar una mirada de complicidad, o una sonrisa de aliento, pero no, el otro, el semejante es un extraño del que nadie se fía. Se diría que todo el mundo tiene miedo de la otra mitad y viceversa, las prisas, los teléfonos, los anuncios, las señales, las llamadas de atención de los mercaderes, los vendo, los compro, los luminosos, los neones, los circulen, los mendigos, nadie se habla, nadie se comunica.
Tras un largo paréntesis en silencio durante el que se ha abandonado a sus recuerdos, la tos vuelve a picarle en la garganta y el eco de su ruido espanta a unos pájaros cercanos que picoteaban aquí y allá invisibles semillas o gusanos; despliega después con parsimonia y cuidado una bolsa de plástico blanco que descansa junto a él, sobre el banco de madera, revisa minuciosamente su interior como asegurándose de que todas sus pertenencias continúan allí, no saca nada, no trasciende nada como si quisiera ocultar su contenido, bien por temor o bien por vergüenza, aunque pueda parecer extraño, una vez más vuelve a mirar a derecha e izquierda, como asegurándose de que está solo, y pliega cuidadosamente el pobre envoltorio. Otros inviernos lejanos, vienen a su mente en los que el vigor corría por todos sus músculos cuando hacía frente a los hielos y a las crudas mañanas, saliendo temprano del amor de la casa para ganarse el sustento y el de su familia, pero eran otros tiempos, difíciles sí, pero eran suyos; ahora casi nada le pertenece, ni un tiempo que no entiende, ni unos seres humanos que le rodean, para los que pasa inadvertido, aunque él no lo crea, no pasa mucho más inadvertido que la mayor parte del resto de sus congéneres a la otra parte.
En la mitad de la mañana disponiendo ya no de todo el tiempo del mundo, los ojos grises acuosos miran hacia algún lugar indeterminado. Inusualmente, el sol calienta y brilla sobre un cielo despejado, y se advierte una ligerísima brisa del suroeste, que hace parecer el ambiente más agradable, mucho más de lo que cabría esperar en una mañana como esta de finales del otoño. Todo el mundo se pregunta el porqué de esta situación de esta estacionalidad inesperada del clima, de esta bonanza, de esta especie de veranillo de regalo, los árboles no han terminado de deshacerse de todas sus hojas, y la savia que corre por sus vasos, anda como indecisa y sobresaltada, sin saber si hibernar o buscar un calendario inexistente que le asegure de la próxima llegada del invierno, y no de esta especie de primavera, que anda arriba y abajo en su fuero interno, hacia el exterior, pregona su desnudar de hojas, y la próxima muerte pequeña definitiva que traerá un nuevo renacer cuando lleguen los lejanos días de la primavera de verdad.
El hombre del tiempo dice que los vientos del suroeste tomarán prestado un paréntesis a la borrasca de los vientos fríos del norte y el fin de semana se prevé ideal para la práctica de los deportes de invierno, nevará ligeramente en cotas altas, por lo que se esperan unos dos o tres millones de desplazamientos por carretera, por lo que se recomienda extremar las precauciones, a la vez que los responsables del tráfico advierten a los conductores que deben extremar la precaución, las grandes pantallas anuncian y proponen extraordinarios viajes, placeres, y lujos al alcance de cualquiera, medios de locomoción y la última colonia o la bajada de los tipos de interés. Los hombres y mujeres que pasan sin mirarse, rápidos, los unos a los otros, no saben que han perdido o están a punto de perder la capacidad de enunciar un criterio propio, parece como el final de los tiempos, la mayoría de la humanidad parece aceptar sin demasiado sobresalto que el final de una era se aproxima, que es lo mismo que ocurra hoy que mañana.