«Comer un fruto significa hacer entrar en nuestro ser un hermoso objeto viviente, extraño, nutrido y favorecido como nosotros por la tierra; significa consumar un sacrificio en el cuál optamos por nosotros frente a las cosas. Jamás mordí la miga de pan de los cuarteles sin maravillarme de que ese amasijo pesado y grosero pudiera transformarse en sangre, en calor, acaso en valentía. (…) En Roma,durante las interminables comidas oficiales, se me ocurrió pensar en los orígenes relativamente recientes de nuestro lujo, en este pueblo de granjeros parsimoniosos y soldados frugales, alimentados a ajo y a cebada, repentinamente precipitados por la conquista en las cocinas asiáticas y hartándose de alimentos complicados con torpeza de campesinos hambrientos. (…) Grecia sabía más de estas cosas; su vino resinoso, su pan salpicado de sésamo, sus pescados cocidos en las parrillas al borde del mar, ennegrecidos aquí y allá por el fuego y sazonados por el crujir de un grano de arena, contentaban el apetito sin rodear con demasiadas complicaciones el más simple de nuestros goces. En algún tabuco de Egina o de Falera he saboreado alimentos tan frescos que seguían siendo divinamente limpios a pesar de los sucios dedos del mozo de taberna, tan módicos pero tan suficientes. (…) El vino nos inicia en los misterios volcánicos del suelo, en las ocultas riquezas minerales; una copa de Samos bebida al mediodía, a pleno sol, o bien absorbida una noche de invierno, en un estado de fatiga que permite sentir en lo hondo del diafragma su cálido vertimiento, su segura y ardiente dispersión en nuestras arterias, es una sensación casi sagrada, a veces demasiado intensa para una cabeza humana; (…) Más piadosamente aún, el agua bebida en el hueco de la mano, o de la misma fuente, hace fluir en nosotros la sal secreta de la tierra y la lluvia del cielo…»
Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar
Voviendo a leer este libro, de la restauración histórica que Marguerite hace de Adriano, uno de los cinco buenos emperadores romanos, me quedo entre otras cosas —porque me ha vuelto a sorprender—, con estos párrafos de arriba, que en mi opinión, son lo mejor que se puede escribir sobre la comida.
Uno los recibe de una manera religiosa y crédula pensando que, gracias a la ficción, es el propio emperador que se dirige a nosotros. Así que, al ser sus memorias —ficcionadas por Marguerite—, parecen calar más en nuestro espíritu tan alejado de aquellas experiencias primigenias de la comida, las de alguien como Adriano, que mordió la miga de pan de los cuarteles, por eso titulo esta entrada como Elogio de la comida.
Memorias de Adriano, del año 1951 es un testamento espiritual del emperador dirigido a sus sucesores, es la meditación sobre la vida de un ser humano como Adriano, o sea el que fuere, que entiende que para afrontar la muerte, hay que vivir la vida asumiendo que hay que buscar la perfección.