El Sanatorio

El sanatorio o el frío de la tarde

El sanatorio despierta solitario entre los pinos y el prado mudo y melancólico. Desde que amaneció viene la niebla pegándose y arrastrándose como jirones fantasmagóricos entre los coscojares y los pinos. Hoy tampoco se verá el sol.
Los corzos rebuscan con prisa su raquítico pasto menudo y helador, como barruntando el frío que ya está cerca.

Este año se ha adelantado el invierno, ya hace un mes largo que las montañas lucen su calva blanca sin ninguna misericordia y desde entonces hubieron de  dejar los altos pastos frescos y jugosos del verano.

Resuenan más abajo en las praderas lejanas, como una llamada, las esquilas de las ovejas con el repiqueteo nervioso del arrancar de la hierba y de vez en cuando se despiertan fragancias del hinojo, o la hierbaluisa tardíos cortados por el rebaño, o traídos por una brisa inexistente.
El perro oculto por la niebla, atento a las ovejas, con las orejas  erguidas a la espera de algún silbido de su pastor ladra lejano de vez en cuando disolviéndose su sonido en la neblina.

Va pasando la mañana fría, sin horizonte, con la niebla que  real o imaginadamente cala poco a poco sus gotas, allá abajo en el prado lejano sobre la lana y sobre la pelliza del pastor.

Los barrancos del gran circo glaciar fosilizado al suroeste del macizo montañoso, se extienden suaves ladera abajo confundiéndose con la alta meseta fría, hundiéndose en un paisaje antiguo, de mucho paso de culturas, de mucha, demasiada guerra a través de la historia, de mucho frío y hambre. Ya solo quedan los lobos, que de tarde en tarde merodean los muros solitarios de la ruina y de la ausencia.
Hoy sobre la ruina, llegada la tarde que va oscureciéndose muy deprisa, no se escucha ni el viento ni  el canto de la perdiz nival.  Del denso y oculto bosque  llega oscuro el bramido apagado de algún ciervo, o el paso rápido de alguna liebre tras cuya carrera traspasa fugaz por la espesura el zorro para desistir más adelante.

De vez en cuando, como hoy, amortiguado por la niebla se escucha el murmullo profundo de la tierra laderas arriba.
Por entre los muros de las ruinas del sanatorio que queda enfrente, crece lujuriosa la hiedra y otras plantas que cubren los tejados hundidos. Las malezas y las zarzas contornean los oscuros vacíos de los huecos de las ventanas.
Se repite la negrura como si se representara la mirada de las cuencas de unos ojos vaciados por un cirujano, o por un carnicero.
Ventana tras ventana, como si de un grupo de calaveras se tratara, nos miran, éstas, mudas y hasta atentas o admiradas. Las puertas de la fachada principal, sin hojas, arrancadas un día lejano y pasto de las llamas de algún necesitado caminante del invierno, con los  marcos carcomidos y cubiertos por el musgo y el líquen, se abren invitando a una oscura penumbra que parece gritar: ¡no entres…!

Hoy siente frío la tarde y como una idea que ronda entre las imaginadas dependencias del ruinoso sanatorio, libro abierto de pesadillas de muerte y terrores antiguos, libro abierto de dolor no mitigado, de impía soledad, siente frío y miedo. En el  momento de volver la espalda, se representa fugaz la enigmática figura que nos mira, con ojos heladores, mientras cruza ante la ventana central de la primera planta.

Hoy no es uno de esos días en los que estalla el sol. Si lo fuera, la aberrante aparición se hubiera desvanecido ante la idea de representarse, pero hoy al volver la vista de nuevo en medio del silencio y la soledad, para contemplar a  su espalda el pico nevado del gran macizo, vuelve por un segundo o dos, o quien sabe cuantos, a representarse la blanca y fría aparición que nos mira poniendo mediante sus ojos ignorados, ultraterrenos, hielo en nuestro ánimo y congoja en nuestro corazón.

No es uno de esos días en los que allá hacia el oeste, se divisan otras montañas como otras veces, no, ni siquiera a causa de esta niebla se pueden adivinar hacia el sur las sierras que orlan la fría meseta.
Comienza a pardear la luz después de deambular indecisa todo el día. Ahora ante el sanatorio que comienza a confundirse en medio de la neblina y el silencio, el frío pone prisas al misterio y comprende que se trata de volver definitivamente.

Después de una última mirada temerosa a las ventanas vacías en las que se guardan las apariciones inexplicables y los misterios aberrantes, se irá agrupando el rebaño de la luz de la razón, para enfilarle hacia los ojos de la ciencia, para abrevar a las fuentes que poco a poco van bajando del monte para ir acercándose hacia el descanso apetecido.
Entre medio del alegre repiqueteo de las esquilas y el polvo rojo del monte, alguna picaraza tardía revolotea alrededor y bandadas de zorzales hambrientos, salen asustados de entre las carrascas, para volver después de pasar el rebaño, a picar su manjar preferido, el muérdago antes de que se vaya del todo la luz. Las cogujadas siguen de cerca al rebaño, con el ánimo de picotear alguno de los parásitos que dejan a su paso.

http://franrecio.com/investigaciones/maldicion_sanatorio_agramonte.html

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