Desde siempre ha habido y hay, seres humanos con suerte unos, y con menos suerte otros, y es que la vida como el éxito o la fortuna, la buena claro, son como un pez escurridizo, que huye de nuestras manos o de nuestras vidas al poco de tocarlo o incluso al poco de agarrarlo. Así de esa manera parecida, como un pez, puede huir la fortuna de nuestras manos si no la apretamos bien. No faltará en todo caso el momento en que, por sueño o cansancio, aflojemos las manos para que todo se nos vaya de nuevo al agua, para que todo se vaya con la corriente, el pez y las ilusiones.
En la vida pasa algo parecido, aunque también es verdad que no todo está en nuestras manos y en nuestra fuerza. Este pensamiento me viene a cuento de meditar un poco solo, de cuántas personas han vivido en el mundo desde que aparecimos como especie que razona, según decimos de nosotros, aunque eso esté por ver, hasta el día de hoy.
Cuántas han tenido menos suerte en su vida, y la misma ha sido un camino de dificultades frente a quienes han tenido la buena fortuna de aparecer en el sitio adecuado y en el día oportuno.
Seguramente serán muchas más aquellas cuyo paso por la vida ha estado bajo las penas y las necesidades.
Mención aparte creo yo que merecen aquellas que han salido de este mundo de forma violenta, unos por mano de otros, y desconozco cuantos, por mano propia, lo que es, si cabe, más triste, al pensar en qué clase de calamidades habrán caído y tenido que soportar y sufrir, para decidir abandonar esta vida libremente. Al final, de estos casi nadie se acuerda, o suelen ser ocultados y, relegados a un rincón para no hablar mucho de ellos, cuando se hace, es de manera accidental, transversa, como quien no quiere la cosa, de un modo anecdótico.
Ha habido los que nos han abandonado en accidentes que es la mala fortuna llevada a su máxima expresión. Siempre el pez huidizo se nos escapa en el momento más insospechado como en este caso.
Por fin están todas las desafortunadas y desgraciadas legiones y legiones de seres humanos que han muerto por mano de sus semejantes a causa de guerras, o de odios, o de venganzas. Todos ellos son recordados, incluso venerados porque nos dejaron en nombre de una idea, de una religión, o de vaya usted a saber por qué remota idea. Digamos que murieron engañados, pero gozan de nuestra consideración y permanecen en nuestra memoria e incluso las naciones y las religiones les erigen monumentos después de sus muertes violentas y sangrantes.
Pero ha habido seres humanos que también se han ido a causa de la violencia, pasando al parecer de puntillas por la vida. Nadie ha sabido su nombre ni ha sabido reconocerlos, ni ha habido seres próximos que se preguntaran por su paradero. Este sería, a mi juicio, el colmo de la mala fortuna.
En esa época tan indefinida de entre finales de s. XIX e inicios del s. XX se encontró el cadáver de un hombre dentro de un saco flotando en lo que hoy se conoce como Esclusas de Valdegurriana del Canal Imperial de Aragón en Zaragoza, por lo visto el cadáver ya estaba en estado de descomposición, por esto era de suponer que llevaba varios días en el agua, seguramente los gases producidos y almacenados en las cavidades del cuerpo, lo hicieron flotar subiéndolo a la superficie. Por más que buscó la policía, nunca se supo quién era, ni nadie reclamó su desaparición. La labor fue ardua para investigar aguas arriba del canal, incluso llegando hasta el mismo Bocal, para encontrar alguna pista, pero todo fue un fracaso y el caso se olvidó y fue archivado por la policía.
Muchos años después de aquel suceso, vamos, casi toda una vida, una mujer en Gallur antes de morir, contó que, siendo niña y estando sola en la cocina de su casa, escuchó voces y ruido en la cuadra —entonces las cuadras podían estar debajo de la cocina, y en el suelo de esta, solía haber un agujero para descolgar el candil en caso de que por la noche hiciera falta vigilar o ver a los animales—. Pues bien, por el agujero pudo ver cómo dos hombres atacaban a otro, lo mataban y lo metían después en un saco.
Cuando se supo esta historia, se hicieron muchas conjeturas, llegando a saberse que el crimen había sido cometido por sinrazones del juego. Por aquella época, en 1900 ya se había establecido la fábrica de azúcar, el ferrocarril del norte ya existía desde 1861, y el pueblo era un punto de encuentro de gentes de muchos lugares, en busca de trabajo.
Al final se supo que el cadáver del saco había partido de Gallur, desde entonces se conoce a esta villa con el sobrenombre de “El pueblo del saco”