En esta novela de El Jarama, el paisaje es un espejo en el que se reflejan los personajes siendo éste el que condicioma su carácter y de algún modo su sensibilidad. En algunos, varios, pasajes de la novela aparece el ferrocarril como parte de ese paisaje que, llevando y trayendo las vidas, propicia otra estética en contrapunto a los caminos llenos de polvo que rodean las ventas y los merenderos por los que se accede al Jarama.
En El Jarama el paisaje no es un decorado de la vida de los personajes sino que es lo que conforma al país y al paisanaje en el que se nos quiere presentar la esencia del mismo, es el que condiciona las ilusiones, los sueños y los temores de los personajes, su vida en definitiva, y al final la muerte en una anochecida desoladora triste y húmeda, en la que el agua es como «tinta negra».
La soledad, el «polvo y tamo de las eras», el cielo limpio, «liso, impávido, como un acero de coraza, sin una sola perturbación.», la luz cegadora, conforman todo el desarrollo de esta singularísima novela que ha marcado una época, que nos ha hablado de élla, hoy ya lejana y cercana a la vez, que nos recuerda quienes fuimos y de dónde venimos.
En un momento de la lectura cuando se llega a la descripcion del cielo «liso, impávido, como un acero de coraza, sin una sola perturbación.» parece enlazar con una poética que atraviesa los tiempos y que formando parte de la idiosincrasia de nuestra cultura trae a la memoria aquellos versos que ibn Ammar y el propio rey Al-Mutamid de Sevilla, aficionados y como era moda en su tiempo, paseaban improvisando poemas, y al levantarse una breve brisa sobre el río Guadalquivir, el rey exclamó: «el viento tejiendo lorigas en las aguas…». Esperaba el rey la respuesta de Ibn Ammar cuando oyeron una voz femenina, que no era otra que la de Al-Rumaikiyya, futura esposa del rey que decía: «¡qué coraza si se helaran!»
En definitiva qué se puede decir de El Jarama que no se haya dicho ya hasta la saciedad, cualquier valoración no haría más que venir a aumentar la larga lista de elogios que se han escrito acerca de la misma, tal vez el punto de vista expresado más arriba sea un punto de vista hasta ahora inédito. Ya se verá.
Rafael Sánchez Ferlosio, su autor, ganó con esta obra el Premio Nadal en 1955 y se la considera como el ejemplo de novela del nuevo realismo social español de posguerra.