Eran ya las 9 de la mañana, el silencio inundaba la casa, y el frío del suelo se me colaba por entre los dedos de los pies como ciempiés y escolopendras picándome y mordiéndome ávidos de calor, de mi calor… Fuera, un sol extraño reconquistaba poco a poco las frías esquinas de las calles y los últimos rincones que aún guardaban trozos de la noche anterior. Trozos que se habían quedado aislados, perdidos hasta el amanecer, despistados y sin saber que hora era. El sol era de un extraño violeta azulado y no calentaba apenas, el viento que el día anterior soplaba incansable, se había convertido en una brisa lenta y heladora que ululaba a mi alrededor, como susurrándome maldiciones al oído, creando desasosiego en mi, y tratando de guiarme hacia alguna trampa imaginada por mi tortuosa mente todavía medio dormida… Me he arropado, me he colocado bien la bolsa con mis exiguas pertenencias a un lado y saliendo a la calle,he comenzado a andar.
Los minutos pasaban y mis pasos me llevaban poco a poco hacia no se donde, al otro lado del pueblo, casi tal vez hasta el final.
A mitad de camino me he dado cuenta de que todavía no había visto ni un alma en las calles, ni un solo coche, ni un pájaro, ni una persona, ni un solo niño yendo al colegio, ningún señor mayor en moto yendo al campo a trabajar temprano las huertas y recoger los últimos frutos de la temporada… Nadie, nada, solo el silencio, que se mezclaba con las paredes de las casas y las calles inanimadas.
Algo en mi interior empezaba a apretar, una extraña angustia, la idea de que algo ocurría y de que algo estaba pasando, mejor dicho, nada de lo habitual a esas horas un martes por la mañana estaba pasando…
Cuando he llegado a la calle Mayor, la brisa empezaba a soplar más fuerte, arremolinando papeles y porquerías en los rincones de aquella cuesta enorme que es esa calle. Las tejas sucias y polvorientas de los aleros, y las ventanas oscuras y misteriosas de las casas parecían observarme, agrias, como molestas por mi presencia intrusa.
Calle arriba, calle abajo, extrañas siluetas de sombras suaves y casi imperceptibles empezaban a moverse a mi paso, dejándose ver sólo por el rabillo de mis ojos. Cuando giraba rápido la cabeza y trataba de mirarlas, ¡Desaparecían!, sin darme tiempo a saber que eran, ¿Quizá el fruto de mi imaginación?
Al final de la calle he conseguido ver a alguien caminando a lo lejos. Era una mujer, estaba seguro, y vestía con una bata larga. He corrido hacia ella, pero cuanto mas corría, mas lejos parecía estar; le he gritado, ¡Le he gritado!, y justo en ese instante se ha vuelto para mirarme, así que me he parado, he sacado la cámara de mi bolsa y como por instinto, le he hecho una fotografía con el zoom a tope, he revisado la fotografía de cerca y…, ¿Qué?, ¡Era mi madre!, cuando he vuelto a mirar con cara de incrédulo hacia donde estaba élla, ya no estaba. ¡Rápido! sólo había podido girar hacia la derecha, hacia un callejón que sube hacia otra calle paralela a la calle Mayor. He corrido rápidamente y cuando he llegado al callejón, solo me he encontrado mas silencio y esa brisa fría y heladora que me ha dado en la cara de lleno echándome hacia atrás. He cerrado los ojos y he notado un escalofrío recorrerme la espalda, imaginando que era una escolopendra subiéndome por detrás con sus patas amarillas y verdosas, picándome y mordiéndome de nuevo, como dando pequeños bocados a la carne para deglutir un tibio desayuno humano.
He llegado al fin a la calle donde está una casita al cabo de la misma, y más allá a su través y a su lado,se suele ver el campo y montañas lejanas, y el horizonte y arboledas verdes en primavera y campos vestidos de otoño antes del invierno…, pero esta vez sólo se veía un raro mar de nubes, como una niebla que cubría todo.
Empezaba a asustarme, lo que estaba ocurriendo se pasaba de castaño a oscuro, y toda razón o cualquier explicación a lo que veía y sentía se me escapaba de la cabeza, como hilos de sangre. Pero aun así, tenia que descubrir que estaba pasando.
He entrado en la casita, tras abrir la puerta de entrada me he colado entre el pasillo, tropezando con herramientas, he tenido que arrastrarme entre travesaños y una pared para pasar a futuras habitaciones, atestadas de rollos enormes de plásticos negros y telas asfálticas y materiales aislantes, y…, aquello parecía un laberinto…, algo no cuadraba. He llamado para ver si me respondía alguien…, pero nadie ha contestado, todo empezaba a ser más oscuro y la luz azulada y rara de fuera ya no llegaba bien a mis ojos. ¿Pero dónde demonios estaba la gente?, ¡se suponía que tenía que haber alguien en la casita!
He seguido hacia adentro y todo se hacía mas angosto… ¡Es que no era posible que no pudiese avanzar por aquel espacio!, ¡el día anterior se podía ir perfectamente por las habitaciones y pasillos en construcción! ¿Qué era todo aquello?.Cada vez me resultaba mas difícil avanzar, estaba todo lleno de tablas y maderos y paredes apuntaladas por decenas de puntales de metal, las paredes se retorcían a mi alrededor, y ya no veía bien por donde había llegado allí.
Por favor, por favor, por favor, ¿que estaba ocurriendo?.
Acurrucándome contra la pared y me he parado a pensar que hacer…, he cerrado los ojos. Al final, solo pensaba en mi respiración cuando he comenzado a escuchar voces…, voces sordas, extrañas, lejanas, como si viniesen del otro lado de las paredes. No sabía que decían, pero cada vez se aclaraban mas, cada vez eran mas nítidas…, de nuevo un escalofrío…, comenzaba a entender algunas palabras…, otro escalofrío mas fuerte…, sabía que decían… ¡Sabía que decían las voces!, entre ellas, una decía continuamente, «¡Álvaro!, ¡Álvaro!, ¡Álvaro…!»
Mas escolopendras, y he abierto los ojos, y he visto luz, y las paredes eran normales, y la gravilla y las piedras del suelo eran ahora las que me mordían la espalda, y el olor a tierra, y el sabor a sangre en mi boca, y el sonido de los pájaros volando fuera, y el ruido de algún coche lejano pasando por alguna calle, y he visto a mi padre, moviéndome por los hombros, mi madre al lado, pálida, y mas atrás estaba mi tía, preocupada, llamando por teléfono…, y yo, yo yacía en el suelo, quieto…
-«¿Qué ha ocurrido?»
-«Has caído, has caído por…, ¡que susto!, ¿puedes moverte?»
Todavía siento el sabor a sangre en mi paladar y las escolopendras recorriendo mi cuerpo y cuando cierro los ojos, aún veo esas nubes lejanas bañadas por un sol azulado violeta, y siento la soledad rodeándome, y las calles cada vez más angostas y oscuras se retuercen todavía en mis recuerdos…, ¿Quizá reales, quizá no?