Cambiando drásticamente de género, hoy traemos hasta aquí una opinión sobre la obra El Castillo de Otranto.
Hace tiempo que esta novela estaba pendiente de que apareciese en este blog, y sobretodo por ser la antecesora, a juicio de Walter Scott, del género que más tarde hemos conocido como novela gótica.
Cualquier cosa que recordemos haber leído del género gótico, se mira como en un espejo, en El Castillo de Otranto, génesis e inspiración de todo lo que vendría después, que tanta fama y popularidad consiguió entre los ss. XVIII y principios del XIX, e incluso después en literatura y cine de terror del s XX.
El Castillo de Otranto fue escrita o publicada por Horace Walpole en 1764, probablemente en su célebre mansión de Strawberry Hill, caprichosa construcción neogótica de Twickenham (Londres), en la que albergó una extensa biblioteca, además de una imprenta y colecciones de arte y rarezas.
Horace Walpole IV conde de Oxford, como se puede colegir era de los Walpole de toda la vida. Su padre primer ministro del gobierno y, como era de esperar, el hijo estudió en el Eton y en el King´s para los amigos.
Como buen hijo de la alta sociedad, viajó de joven por Europa en compañía de Thomas Gray, poeta de cementerio y profesor suyo; por cierto que entre nosotros, un seguidor de la corriente de los poetas de cementerio, fue José Cadalso, otro día hemos de hablar aquí de su obra Noches lúgubres: «¡Qué triste me ha sido ese día! Igual a la noche más espantosa me ha llenado de pavor,
tedio, aflicción y pesadumbre. ¡Con qué dolor han visto mis ojos la luz del astro, a quien
llaman benigno los que tienen el pecho menos oprimido que yo…»
Siguiendo con Horace Walpole, no cabe duda de que Thomas Gray influyó en él, alma joven y sensible a la vez que caprichosa.
En El Castillo de Otranto, su autor nos transmite la fascinación que le produce una edad media idealizada a través de un romanticismo desusado, hoy diríamos trasnochado. El ambiente tenebroso y mágico, los amores desdichados, la predestinación y la voluntad de los hombres poderosos o el Cielo, rigen la vida y destino de todos los hombres, y sobretodo de las mujeres, que no pueden escapar a su destino trágico las más de las veces, en realidad, no son dueñas de sus vidas:
«…—Iré al convento —dijo Hippolita y encargaré más misas para librarnos de estas calamidades.
—¡Oh, madre mía! —se lamentó Matilda— Os proponéis abandonarnos, vais a acogeros a sagrado y a dar a mi padre la oportunidad de persistir en su fatal intento. ¡Oh, de rodillas os suplico que desistáis! ¿Vais a dejarme a merced de Federico? Os seguiré al convento.
—Tranquilízate hija mía. Regresaré al instante. Nunca te abandonaré, a menos que me conste que es voluntad del cielo y por tu bien…»
En la novela, bien porque se sitúa la acción en Italia o bien porque el autor conociese profundamente la historia, pone como ejemplo en un pasaje, curiosamente, a Sancha de Aragón, la hija de Jaime I y de Violante de Hungría, Infanta de Aragón que nunca se casó y abandonando riquezas se traslado a Tierra Santa para asistir a los peregrinos.
En definitiva y volviendo a El Castillo de Otranto, es una novela que se lee muy rápidamente y es recomendable para quienes quieran conocer la génesis e inicio del género gótico, leída esta, entenderemos mejor todo lo que vino después.