Se ganó la primera escaramuza por parte de la caballería, a galope de carga sobre los primeros atacantes que se aproximaban por la cuesta del Barranco de la Fuente de Santa María, se vieron sorprendidos al no esperar semejante salida, y huyeron a la desbandad dejando los primeros muertos en el campo.
Pasado el primer estupor de los atacantes, Jan oyó como su comandante conminaba a los defensores, a que rindieran la plaza. Al no obtener respuesta, no se sabe muy bien si es que era por no entender su idioma o por qué, en realidad lo mismo les daba a los defensores lo que dijera, puesto que estaban dispuestos a aguantar lo que fuese menester, y tal vez se apostaron envalentonados por la primera victoria de la caballería, a pesar de que a la vista, se tenía una idea clara de la superioridad numérica de los atacantes. Pues bien, al no obtener respuesta después de un prolongado silencio, que aprovechó la delegación de sitiadores para retirarse, se abrió fuego, contestado por los defensores desde los tejados de las casas, las ventanas y todos aquellos parapetos en los que se habían ido apostando.
Seis horas después, hacia eso del mediodía, los fusileros iniciaban el asalto, siendo rechazados una y otra vez, con el jolgorio consiguiente de los vecinos, que hasta daban saltos y bailes por encima de los tejados de sus casas, desde los que hacían mil cortes de mangas a los atacantes, entre risotadas y juramentos de toda especie.
Los jurados y oficiales, recorrían las calles dando ánimos y jaleando a sus vecinos, recibiendo a la vez el aplauso de éstos con el convencimiento pleno de que aquella sería su victoria, que aquel sería su día y que hasta se escribiría en los libros lo que no estaba escrito acerca de esta villa, que conseguía derrotar a las fuerzas enviadas por el Gran Opresor.
—¡Para que aprendan! ¡Que vean quienes somos!
Durante las últimas horas se mandó cañonear las casas desde las eras cercanas. En ellas asentaron un par de piezas de pequeño calibre que lanzando algunas piedras y alguna bomba provocaron gran mortandad entre los defensores al explotar. Del mismo modo provocaron brechas que se abrían fácilmente en el tapial y en el adobe con que estaban construidas la mayoría de las viviendas.
De nuevo en formación perfecta, las filas de atacantes apretadas, subían colina arriba, cargando y disparando, una y otra vez, tratando de conseguir llegar a las casas derruidas por la artillería, y del mismo modo, una tras otra, los defensores, obteniendo menos bajas que los sitiadores, se deshacían en risas y en fanfarronadas, invitándoles a subir.
—¡No tenéis cojones! —les gritaban—
Pero la superioridad numérica de una compañía de fusileros bregados ya en cien combates, más la rápida incursión de los dragones sembrando la muerte al galope por las calles, se impuso al final.
La munición escaseaba, los había quienes de entre los defensores, se dedicaban a buscar por las calles, balas de los atacantes, y plomo con que poder fabricar nuevas, poco a poco, los defensores iban siendo derrotados, se retiraban entre tiroteos bastante vivos, a través de las casas, y por las retorcidas callejuelas
Hacia las cinco de la tarde, irritados a causa de la insolente tozudez de los sitiados por no querer rendirse, y más que hartos de recibir insultos, los soldados atacantes, se fueron diseminando en oleadas por entre las calles y las casas medio derruidas por el cañoneo anterior. Desde ese momento, ancianos, mujeres y niños, fueron víctimas del furor y la rabia de los soldados.
Comenzó una matanza; las casas atronaban sacudidas por el ruido de los disparos que se hacían en su interior, mezclados con ayes de dolor. El fuego nimbaba los alaridos de algunos defensores gesticulantes, que intentaban arrancarse las ropas prendidas, retorciéndose al final sobre su propio dolor y horrible muerte en el suelo polvoriento; las mujeres, escarnecidas, padres e hijos derribados en un charco de sangre, el uno al lado del otro, alguna muchacha violada entre los escombros y los cadáveres de sus parientes, el olor agridulce de la sangre, los gemidos de los heridos, y los gritos de los vencedores.
Aguardando el bálsamo que mitigara el dolor y llegara por fin el descanso, aparecieron por contra más soldados enloquecidos en busca del botín, que respondían a las súplicas con vociferantes gritos y golpes redoblados.
Llego la noche.