Por: Esperanza Sánchez Navascués
La novela de Antonio P. Bueno titulada “Caminos cruzados”, cuyo sinónimo bien podría haber sido “Vidas o Vías cruzadas”, narra las azarosas trayectorias de unos personajes con objetivos y sentimientos opuestos para concluir en un punto común, geográficamente hablando, y, así, cumplir los designios de un destino predeterminado.
La Guerra de Sucesión en el siglo XVIII o el embarazoso paso entre Austrias y Borbones, como apunta el autor en el preámbulo, y el escenario de la España de esa época sirven, sin detenerse de forma prolija en la Historia, como telón de fondo al hecho que motiva la novela – el hallazgo de un soldado muerto en Gallur, perteneciente al Regimiento de Normandía – pero también, paralelamente, para dar vida y narrar los acontecimientos de unos personajes que, por encontrarse en el escalón más bajo de una sociedad claramente estratificada entre realeza, nobleza, clero, burguesía…, campesinado, han de ser vapuleados por el azar, la venganza y la codicia, tratando de sobrevivir en un mundo regido por la desigualdad y la injusticia, aunque también aflora la nobleza y honestidad de labrarse un porvenir y conquistar un lugar en la vida.
Para una lectora que, como yo, es oriunda de uno de los lugares protagonista en la novela, Gallur, es motivo significante de disfrute por el recorrido que hace de ellos pese a ser desconocido, debido, en parte, al tiempo que media entre fechas y a la diferente toponimia nombrada. Desde el punto de vista de los sentimientos, la descripción de la muerte de Fco. Duplart, y de los momentos en que el hijo deambula con su pesar por lugares familiares, pero solitarios como su repentino ánimo, son de gran emoción, me han arrancado con gran fuerza evocadora, y un nudo en la garganta, recuerdos de infancia que, sin olvidarlos, dormían en algún rincón de la memoria, o quizá en el corazón, porque los he sentido con inquietante viveza. Con facilidad se adivina el conocimiento del autor, tanto de la geografía popular y sus entrañables lugares como de los vericuetos del alma humana, que, haciendo honor al título, cruza con maestría para sumergir en el relato y sus emociones a quienes tienen el libro en sus manos.
Sin querer dar impresión de ser entendida en el arte de comentar una lectura, diré que me ha gustado desde su arranque, y aunque a veces el orden retrospectivo en que hacen aparición los personajes me obligaban a retroceder alguna página para recuperar el parentesco de los mismos, el relato no pierde el hilo e interés en ningún momento, antes bien, mantiene firme la intriga hasta el final, así como el entramado histórico y familiar que va completando su armazón conforme avanza la historia. Si bien al inicio del relato, el autor, le otorga una considerable carga emotiva, esta se completa y se agranda cuando, al finalizar la novela, se nos ha desvelado toda la trama.
Leer a este autor, ya me ha pasado con otros artículos suyos, es como recrearse en un paseo por el monte, por el campo o por la naturaleza en general. ¡Qué bien describe lugares, olores, diversidad de plantas y la metamorfosis que sufren en su estado todos ellos! Es mucho más didáctico que una clase de ciencias naturales sin perder, a su vez, un ápice de poesía cuando, a lo largo de todo el relato, aplica su particular prosopopeya tanto a seres inanimados como del reino vegetal.
Si la Historia es la excusa para el arranque que sitúa los hechos, la aventura nos acompaña hasta el final en paralela emoción con los protagonistas en el intento de consumar el objetivo que les ocupa y respondiendo fielmente al perfil psicológico con el que han sido dotados hasta configurar un “casi” maniqueo antagonismo entre sí (Jan/Holandés), que, al final, quedará disminuido al ser uno de ellos un tanto redimido por bondad de su creador.
Si bien el desarrollo de cada escena está amplia y certeramente adjetivado de forma que nos permite el desbordamiento de la imaginación y les confiere un dramatismo conmovedor, su resolución buscando el desenlace es concisa, está exenta de sensacionalismos y circunloquios innecesarios que le harían perder emoción y calidad narrativa. ¡Se agradece!
Al concluir la novela no pretendo establecer una moraleja, y creo que tampoco es intención del autor que así sea, porque se dan muchos más factores que en una fábula, pero sí que se desprende una enseñanza alegórica del esfuerzo, de la honestidad y de la dignidad del ser humano aun en situaciones adversas, causadas muchas de ellas por la injusticia social y política que no hacen sino alimentar otras pasiones humanas como el odio y la codicia que nos destruyen.
Podrá el futuro lector, si así lo desea, disfrutar del contenido histórico, aunque tenga que ampliarlo si no lo conoce, y de un más que interesante viaje por la vida de sus intérpretes a la vez que de un recorrido geográfico y campestre lleno de poesía.
Muchas gracias a Esperanza por su lectura y su favorable reseña reseña.