Como un buen vino también las palabras
Hoy quería opinar sobre algo, pues el artículo es de opinión, pero me ha salido esto:
Escucho en la tertulia la exposición de mi amigo. Está ligeramente encorvado hacia mi, que atiendo sentado en un taburete mientras me medio apoyo en la barra del bar. Desde su postura, de pie, me habla con ánimo elocuente además de con un encendido entusiasmo.
Lanza de vez en cuando una mirada por encima de mi cabeza, atento a la vez a la llegada de cualquier posible amigo o conocido, aunque nada más sea para saludarle con un gesto de la mano, cuando termine de hablarme se dirigirá hacia el recien llegado, si es el caso, para saludarle directamente y a invitarle a que tome algo, y no sólo por pura cortesía, sino por verdadera generosidad.
Es muy fácil opinar sobre lo que expone, habitualmente lo hace con cierta carga de docencia que no molesta y ayuda a comprender, a quienes tenemos menor formación, muchas veces su pensamiento.
Si trato de rebatirle, tiene preparada, se diría, la respuesta.
Hablemos de lo que hablemos casi siempre tiene un concepto o noticia de ello. De algunos temas tiene un profundo conocimiento y como consecuencia una opinión muy formada.
Cuando quiere apuntalar sus afirmaciones, utiliza a lo largo de su discurso las manos, dejando a veces un brazo en el aire, en suspenso, como si fuera a escribir algo sobre una pizarra imaginaria. A veces con los dedos parece desmenuzar el sentido de las palabras con el fin de hacerle al escuchante, en este caso a mi, más entendible lo que quiere explicar.
Suele estar atento con una especie de sutiles puntualizaciones, para terciar de nuevo en el diálogo, cosa que no le suelo dejar hacer nunca, por experiencia. Esto le viene bien porque toma un poco de distancia, como si estuviera viendo el bosque y así ocupar de nuevo el centro de la acción. En ese momento ya ha extraido de algun libro, que siempre lleva, el apunte adecuado, o la cita que viene que ni al pelo.
Al final de todo nunca se jacta, o raras veces, de estar en poder de la razón o del conocimiento extenso sobre el tema que se trate.
Ayer hablando de no recuerdo que inicio de conversación, o que fue lo que trajo a colación la misma, me leyó un aforismo que había escrito. Me pareció muy potente e irrebatible, incluso escrito con cierta poesia a lo largo de su prosa, por lo que le pedí que me permitiera publicarlo aquí, con mi promesa de que iba a escribir algo acerca del escrito por lo inspirador que me parecía.
Como se puede ver no he sido capaz de escribir nada, pero lo verdaderamente bueno es lo que él había escrito, y dice así:
Como un buen vino, también las palabras…
Como un buen vino, también las palabras, al airearse, adquieren otros matices, otros aromas. La lectura de un texto en voz alta proporciona a éste elementos de los que carecía al someterlo a una performance silenciosa o introspectiva. La expresión, e incluso la sola enunciación, interfiere con el sentido y le aporta ingredientes sustanciales que alteran su composición. Ambas disponen una suerte de amplificatio, de resonancia intrínseca o reverberación en circuito cerrado dentro del orbe de la significación que favorece la interconexión y la sinapsis, poliarticulando el discurso a partir de sus ecos internos y de las atracciones que su manifestación despierta.
Ese ejercicio de proyección fonética, por íntimo que sea, arrastra, trae consigo adherida la génesis social del lenguaje; es –por así decir– la voz del dēmos: redimensiona las palabras en el ágora, aureoladas y palpitantes por el murmullo secular de calles, plazas y tabernas.
El abandono de la recitación, de las artes oratorias en general, no sólo ha empobrecido la comunicación in praesentia: ha desencadenado a la par una sensible merma connotativa, una sutil pero masiva pérdida semántica.
La virtud del asamblearismo, su querencia por el debate público, descansa sobre esa propiedad de las palabras de abrirse en toda su potencia formal y material, léxica y expresiva cuando se pronuncian en un espacio compartido.
Juan Carlos Gracia
Gallur, julio 2016