…Llegó la noche con un palpitar de extraños rumores, y arrebujada en una manta, justamente situada en el punto en que había dejado de tocar el sol la víspera, se despertó sedienta, los huesos doloridos y la cabeza tomada por la fiebre, no se atrevió a bajar al pozo de más abajo por temor a despeñarse en la oscuridad y volvió a sumirse en un profundo sopor, no podría discernir al día siguiente si había sido un sueño producto de su delirio entre la fiebre, o si realmente había visto el vuelo de oscuras formas semejantes a hombres contra la borrosa luna atacada de nubes. No estaba segura de no haber oído los quejidos de la maléfica bandada de sombras que se perdió hacia el norte oscuro, como tampoco podría asegurar que no fueran reales los negros susurros que subían del barranco, o el hedor a cuerpos muertos o a huesos descarnados por las aves y las alimañas del monte. Creyó pasar las horas de la noche en duermevela, atento su oído a cualquier sonido o susurro, o roce que se arrastrara, del fondo le llegaba la presencia de la mula alterada, algún sordo relincho asustado de vez en cuando, el rodar de alguna roca con su eco repetido entre la pedriza que la predisponía a una más atenta vigilia, vigilancia que tuvo que ir rindiendo próximo ya el amanecer al caer en un profundo sueño del que despertó estando ya alto el sol.
Los primeros días los pasó en vida contemplativa, observando el ayuno y en oración, no se permitía más que una frugal comida coincidiendo con la salida de la luna, por otra parte esta costumbre le permitió alargar las provisiones, escasas hay que decir, pues sólo se alimentaba de frutos secos y galletas de harina que había traído, por el agua no había cuidado, pues la tenía como ya se ha dicho antes al pie del abrigo en que se había instalado. Durante las caminatas que daba por el monte, recolectaba algunos vegetales que consumía frescos, pero siempre por la noche.
Después de una semana, no había contactado todavía con humano alguno, por lo que llegó a pensar que podía estar equivocada en cuanto a la elección del lugar, o que le hubiesen orientado mal. Al principio la presencia y compañía de su mula, le hacía concebir la posibilidad de un regreso más cómodo a la civilización, cosa que no estaba dispuesta a admitir, pues hubiese supuesto una derrota, pero aun esta posibilidad había desaparecido, y se alegró en parte por ello, ya que a la mañana del quinto día, no estaba la mula en el lugar acostumbrado, y a la fecha actual, es decir dos días después, no había vuelto.
Durante el paseo del tercer día, como acostumbraba a dar de buena mañana, descubrió algo lejos el vuelo de unos buitres y se dirigió hacia aquel punto no muy distante a su vez de unas peñas en las que anidaba una colonia de aquellos animales. Aproximadamente habría caminado una hora y media cuando le llego un nauseabundo olor a carroña, guiándose por el olfato se presentó al poco rato al borde de un espacioso claro en el bosque, en donde unos buitres participaban en un festín alrededor de lo que supuso serían los restos del cadáver de su mula, aquella visión le hizo sentirse sola y unas lágrimas que brotaron de sus ojos resbalaron hasta sus labios mezcladas con el sudor de su cara, que degustó y bebió amargas saladas…
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