Larga sombra de Gwaara
Desde la puesta del sol, como era un tanto miedosa, encendía en los lugares por los que había de pasar más tarde, velas o candiles de aceite, de modo que cuando llegó a su dormitorio, el óvalo de su rostro se iluminó perfilándose contra el fondo oscuro de la pared, sus ojos despedían cierto temor e ingenuidad a la vez.
Comenzó a desnudarse dejando la ropa con cuidado, pues vestía con elegancia, además de sencillez, era una costumbre adquirida desde que fue alumna de Hamda, quien le decía que el trabajo no estaba reñido con la elegancia. Sus vestidos tenían el aroma especial de las hierbas y plantas medicinales con las que trabajaba en elaboraciones y preparados a lo largo del día. La soledad y el trabajo en silencio le estaban abocando hacia una especie de cierto misticismo al recordar las enseñanzas de Fátima y las palabras tan sorprendentes que le había oído a ibn Bayya.
En medio del silencio empezaba a comprender qué clase de sentimientos le inspiraba Goran ahora que estaba lejos, y sabía que era profunda la amistad que él le profesaba, pero que no había nada más, y es que ella, por su parte, había resumido en él, todo el mundo que la rodeaba desde que era libre.
Tal vez por temor a la libertad, por eso seguramente lo había buscado, otra cosa era que con la cercanía y habiendo pasado tanto tiempo con él, había nacido en ella un sentimiento que la confundía, pero que no era otra cosa que la misma admiración y agradecimiento sincero y fraternal. Se sentó junto a la ventana, pensativa largo rato, apreció a través del patio cómo se apagaba el resplandor que proyectaba la luz de la vela de la cocina una vez consumida.
Los rumores de la Madinah se fueron acallando poco a poco, y de vez en cuando llegaban hasta ella sordos bramidos de lejanas tormentas.
No supo cuánto tiempo habría pasado, pero volviendo en sí, apagó el candil con un soplo y se tendió en la cama, en donde no tardó en comenzar a soñar.
Despertó de pronto asustada al escuchar el golpe de la hoja de su ventana chocando contra el alféizar, al ser abatida por el viento. El sur había aumentado trayendo a la vez la tormenta que retumbaba sobre los tejados.
Estremecida y saliendo del arrobamiento del sueño, se puso de pie en un salto. Se acercó a la ventana y alargando el brazo intentó cerrar luchando contra el viento y el torrente de lluvia que se había desatado. El agua al caer repicaba en los tejados de alrededor. Se inclinaba hacia afuera para asegurar la hoja, pero tenía miedo. La lluvia le mojaba la cabeza y el pecho con violencia, y creía esperar la aparición, desde la bañada oscuridad, de alguien o algo que habría de agarrarle por el brazo. Sobreponiéndose a su miedo cerró y se dispuso a encender de nuevo una llama, cuando distinguió por debajo de su puerta, la reverberación de una luz que debía proceder de la escalera.
Llegaban hasta su oído los rumores plañideros del viento colándose por las rendijas.
No supo cómo, pero a pesar del temor tan grande que sentía por las tormentas, sacó fuerzas de flaqueza acuciada por algún presentimiento que inexplicablemente tiraba de ella, y se dirigió hacia la puerta con intención de abrir. En el preciso instante en que llegaba hasta su oído, la vibración del último trueno, quedó paralizada durante un instante. Después abrió la puerta con determinación y salió al oscuro corredor, por el que, tanteando, llegó a la esquina en donde desembarcaba la escalera, débilmente iluminada hacia mitad de su trayecto por la llama de un candil que se ahogaba a causa de la corriente.
Abajo en el atrio del patio y junto al arranque de esta, creyó ver por un momento a ¿Goran? Antes de recuperarse de la sorpresa, la imagen desapareció.
Volvió pensativa y afectada hasta su habitación, en cuyo interior fueron pasando las horas de angustia hasta que cesaron los truenos y los relámpagos. Poco a poco se fue alejando el vendaval y quedó la noche silenciosa, únicamente turbada por el sonido de las gotas que escurrían desde las tejas hasta el patio.
«Larga sombra de Gwaara», extracto.
Fotografia: @alvarobuenophoto