…o la insolidaridad de Pereda
José María de Pereda y Sánchez Porrúa (Polanco, 6 de febrero de 1833-Santander, 1 de marzo de 1906) novelista español de estilo realista, autor de novelas de costumbres. Fue también político militante del partido carlista y miembro de la Real Academia Española.
Pereda es un autor al que se suele leer en las escuelas, o se solía.
Días atrás hojeando las páginas de Peñas Arriba, me tropecé con el párrafo que copio a continuación y que me ha sugerido el título de estas líneas:
«…atravesamos por un puente viejo el Ebro recién nacido; y a bien corto trecho de allí y después de bajar un breve recuesto, que era por aquel lado como el suburbio de la población que dejábamos a la espalda, vímonos en campo libre, si libre puede llamarse lo que está circuido de barreras. De las cumbres de las más elevadas se desprendían jirones de la niebla que las envolvía, y remedaban húmedos vellones puestos a secar en las puntas de las rocas y sobre la espesura de aquellas seculares y casi inaccesibles arboledas, con el aire serrano que soplaba sin cesar, y tan fresco, que me obligaba a levantar hasta las orejas el cuello de mi recio impermeable.
Siguiendo nuestro camino encarados al Oeste, llevábamos continuamente a la izquierda, aguas arriba, el cauce del río, con sus frescas y verdes orillas y rozagantes bóvedas y doseles de mimbreras, alisos y zarzamora, y topábamos de tarde en cuando con un pueblecillo que, aunque no muy alegre de color, animaba un poco la monotonía del paisaje.
A la vera del último de los de esta serie de ellos, en el centro de un reducido anfiteatro de cerros pelados en sus cimas, se veían surgir reborbollando los copiosos manantiales del famoso río que, después de formar breve remanso como para orientarse en el terreno y adquirir alientos entre los taludes de su propia cuna, escapa de allí, a todo correr, a escondidas de la luz siempre que puede, como todo el que obra mal, para salir pronto de su tierra nativa, llevar el beneficio de sus aguas a extraños campos y desconocidas gentes, y pagar al fin de su desatentado curso el tributo de todo su caudal a quien no se le debe en buen derecho. Y a fe que, o mis ojos me engañaron mucho, o sería obra bien fácil y barata atajar al fugitivo a muy poca distancia de sus fuentes, y en castigo de su deslealtad, despeñarle monte abajo sin darle punto de reposo hasta entregarle, macerado y en espumas, a las iras de su dueño y natural señor, el anchuroso y fiero mar Cantábrico.»
«…-Déjeli, déjeli que se vaya en gracia y antes con antes aonde jaz más falta que aquí. Pa meter buya y causar malis a lo mejor, ríus como ésti nos sobran por la banda de acá…»
Peñas arriba
He señalado en negrita lo más hiriente al pensamiento de hoy, esa personificación que hace del Ebro, y que el autor pone en boca de Marcelo. Menos mal que su espolique, Chisco, al contestarle lo hace con una sabiduría que está por encima de todo y sin tener formación.
En cualquier caso la figura literaria que hace del río y su condena parecen resabios de su antigua militancia carlista por la que seguía a aquel movimiento político de carácter tradicionalista y legitimista producido por el absolutismo y él, como buen representante de la burguesía cántabra habría de seguir.
Probablemente cuando escribió Peñas arriba ya habría prendido en él la crisis existencial que le llevó seguramente a plantearse profundos cuestionamientos acerca de las razones que motivaron sus actos, decisiones y creencias que constituían su existencia.
No sé si el bueno de D. José María a causa del suicidio en 1893 de su primer hijo, Juan Manuel, traspasó a Peñas arriba la honda tristeza que le supuso esta pérdida y toda la rabia contenida.
Debería volver a leerse a Pereda en las escuelas. En cualquier caso propongo la lectura de El sabor de la tierruca, Sotileza y este mismo Peñas arriba, a todos los lectores de cualquier edad y condición. Gozarán mucho con su lectura.