Hace pocos días paseaba en compañía de otro dinosaurio a la orilla de una de las muchas y concurridas playas del Mare Nostrum, observábamos ambos las costumbres y modas cada vez más sorprendentes, que no por ser repetidas por la gran mayoría del «juvenerio», dejaban como digo de sorprendernos y recordábamos a Sócrates cuando allá por el 450 a. de C. dijo aquello de: «La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros».
Casi 2500 años después estamos en lo mismo, lo que significa que todos los jóvenes desde Sócrates acá, se han ido convirtiendo en dinosaurios, pero ahora la cosa es más preocupante, ya que se han producido unos cambios tan profundos que mi colega dinosaurio y yo vinimos en coincidir en que esta vez si que es de verdad.
Y todo por la anécdota que unos jóvenes estudiantes ante un cuadro de Murillo «Inmaculada Concepción de los Venerables» que se encuentra en el Museo Nacional del Prado. Le decía el uno al otro completamente convencido, que aquella mujer debía ser seguramente alguna diosa india o alguna heroina de leyenda que debió conquistar la luna, —por lo del creciente suponían que hay a sus pies—.
Llega el cataclismo final, pensó mi colega, más el desvanecimiento de la historia y la cultura tal como la entendemos, y me dijo:
—Cuando desaparezcamos, algo morirá con nosotros que será irreemplazable —calló largamente y tras aquel silencio, contesté—
—Desengáñate colega, somos un resto arqueológico.
Y seguimos nuestro camino resignados como si tal cosa.