Desalojados

He estado ausente del blog y de otros mentideros sociales del día a día. Y es que ha sido la lluvia primero y, la callada catástrofe nocturna después. Eso tiene el azar: hoy estás tan feliz con tus rutinas diarias y de repente, sin darte cuenta, el acecho de las amenazas latentes se pone de manifiesto con un ruido en la noche, parecido al retumbar de una tormenta lejana que te hace tomar atención y decir eso, que es la tormenta. Después el repicar incansable de las gotas de lluvia se sobrepone al silencio nocturno, redoblando si puede su violencia. Como cántaros a ratos desbocándose sobre las baldosas del patio, maltratando a las jóvenes caléndulas de la ladera y formando aprendices de torrentes furiosos falda a bajo del monte hasta el camino, arrastrando piedras, maleza y cuando amanezca el nuevo día, ¿quien sabe? Cuántas cosas más habrá destrozado.

He estado ausente al convertirme a la fuerza en un desalojado. Aquí han quedado solitarios, por unos días mis libros, mis cosas, mis escritos, mi casa, todo. Al volver se oye el silencio de la soledad que me recibe, echándome en falta, pidiéndome que abra sus ventanas para que entre a raudales el sol de la primavera.

He estado ausente y la ladera de la montaña yace muerta allá abajo, montones informes de tierra piedras y barro descansan medio engullidos por la corriente desbocada del río desbordado, que ahora lame esta nueva orilla regalándome restañadas de hierbas y árboles lejanos, viajeros en la corriente, arrancados de su tierra.

¡Ay, pobres gentes! Pobres refugiados que huyen desalojados de sus casas, de sus países, por causa de guerras, hambres o injusticias humanas. ¡Ay de esos vencidos de antemano que no presentaron batalla, que sólo querían paz! ¡Ay por aquellos que no encuentran una orilla en la que descansar, afincarse y comenzar una vida nueva!

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