Releyendo El Extranjero uno se da cuenta de que es una novela inquietante, capaz de dejarle al lector algo así como un sedimento amargo en el espíritu, o como mínimo una intranquilidad inesperada bajo el sol mediterráneo, que alumbra una historia argelina que se desarrolla aproximadamente durante los años posteriores a la segunda guerra mundial, y a los de la colonización francesa, que propiciaron, como ya parece anunciarse en el decurso de la novela, los años de plomo posteriores que vendrían.
No se llega a comprender bien a Meursault, el protagonista, a veces parece como un ser indiferente que no encaja en nuestro mundo, para él absurdo, y en consecuencia se convierte en un extranjero en su tierra, de ahí seguramente el título de la novela.
Sin embargo incluso a costa de provocar en el lector esa especie de sedimento amargo mencionado al principio, está muy clara la intención de Camus que no es otra que la de mostrar, mediante lo que lleva El Extranjero de provocación, que se está dando a luz a un nuevo hombre, a una sociedad que ya comienza a olvidar al individuo.
La apatía de Meursault es el reflejo de la postura del individuo ante la nueva sociedad, es el reflejo de la carencia de valores, nada le es significativo, ni el amor, ni la amistad, ni la muerte, ni la propia superación, de hecho acepta con pasividad su propia muerte y el crimen cometido.
Es curioso poder constatar que aquel hombre que nos retratara Albert Camus, devino en otro más feliz, podríamos decir, gracias a aquel movimiento contracultural hippie, libertario y pacifista, nacido en los años de 1960.
Si bien aquello pudo parecer el nacimiento del nuevo hombre, a la vista de nuestro estado actual bien se ve que hemos vuelto a dar la razón a Camus.
La novela fue llevada al cine con gran éxito en la década de los años sesenta.