Lectura abandonada
Debía de ser tarde cuando a la vera del relajado resplandor de la lámpara, que descansaba sobre la mesita de noche, leía con avidez y entusiasmo la última novela elegida, de entre las de su biblioteca, concretamente una de aquel autor que siempre había considerado muy realista y hábil aunando en sus narraciones, la belleza de las imágenes que proponía con el desgarro del dolor o de la injusticia.
Estaba abierta la ventana gracias a una primavera especialmente calurosa. La cortina, leve, caía inanimada y estática, ni la más tenue brisa era capaz de hacerla ondear; unos centímetros hacia el exterior descansaba igualmente sobre el alféizar, como con desganada actitud, la persiana veneciana de color verde, y junto a la reja una sutil mosquitera era el antemural de molestas visitas nocturnas.
Hacía rato ya que se habían apagado los escasos rumores de la vecindad, si acaso, algún coche trasnochador subía por la cuesta cercana hacia su destino.
Todo estaba callado, ni tan siquiera los ruidos habituales de la cuidadora de la anciana de la casa de al lado se dejaban oír, todo descansaba, todo estaba en calma.
Paseaba la vista por las líneas relajadamente, empapándose de su lectura como si se hubiera convertido en un esponja, asimilando la armonía de la narración, cuando inesperadamente se escuchó muy cercano, al otro lado de la reja, el roce de algo contra el muro exterior o el husmear de algo sobre la acera cercana, después como el arrastrar de un papel de un envoltorio, mejor dicho, como el hozar de un animal intranquilo o hambriento sobre un hallazgo inesperado e inútil para saciar un hambre imaginado.
Apagó la luz pulsando el tirador de la lámpara que obedeció sin producir ni el más mínimo ruido. El murmullo parecía más cercano ahora, como si éste evaluara la posibilidad de encaramarse hacia la reja. Se advertía una cierta indecisión o temor en el extraño de la calle, a enfrentarse con alguna inesperada vigilancia, precisamente la que se erguía ahora expectante poco a poco después de abandonar la lectura suavemente sobre la cama y con pasos sigilosos se dirigía hacia la ventana.
Repentinamente el ruido del extraño paró como si oteara a su alrededor un peligro cercano, como si intuyera que una voluntad vigilante se dirigía a su encuentro; así mismo los pasos del interior se detuvieron en un equilibrio expectante y atento.
Debió transcurrir tal vez un larguísimo minuto hasta que el roce inicial volvió a dejarse escuchar en la acera del otro lado de la calle, como buscando por entre los dos coches estacionados. Brevemente la farola de la calle se apagó sumiendo aquella zona en la penumbra, momento que aprovechó para separar escasamente las lamas de la veneciana barriendo con la mirada las sombras y el reverbero de los coches a despecho de la otra farola. Nada, no se veía nada, pero el ruido ahora indescifrable seguía escuchándose como si alejara sus pasos en pos de algo apetecible.
Volvió a encenderse al poco la farola vecina en el momento justo de entrever como una sombra se desvanecía entre las de la noche.
La voluntad vigilante, más tranquila, se reincorporó después a la lectura abandonada.
Cualquier ruido en la noche es mucho más inquietante. Bien descrito el ambiente, y llevado hacia la intriga.me gusta
Recibo con alegría tu comentario y veo que he conseguido en pocas palabras, lo que pretendía, intrigar y tu lo has dicho. Gracias,