Tras releer Las Cavas del Vaticano, también conocida como Los Sótanos del Vaticano, uno ha de volver a reconocer lo divertido del primer capítulo siguiendo al personaje Anthime, el inventor francmason, por su repentina e ingénua conversión al catolicismo, convencido como está de haber sido obra de un milagro.
No menos delirante resulta el que exista una organización que monta una estafa dirigida a cristianos en buena situación económica contándoles secretamente que el Papa León XIII ha sido secuestrado por los masones, y que éstos lo han sustituido por un doble mientras tanto. El buen tino de la estafa, liberar al Pontífice, es que la recaudación será para pagar el rescate del mismo, con el fin de restablecer el orden de las cosas.
A lo largo del desarrollo de la novela los personajes parecen coincidir o converger, a pesar del descabellado, caprichoso y gratuito crimen cometido por Lafcadio sobre el pobre e inocente Amédée Fleurissoire, crimen que parece como demasiado forzado, pero que es ciertamente tan lógico, para la consecución de la trama, como esquizofrénica, sin sentido y diabólica, es la actuación en el departamento del tren del mencionado Lafcadio.
En Las Cavas del Vaticano se refleja la preocupación de Gide por lo moral.
La rígida educación recibida condicionó a André Gide a lo largo de su vida, y jumto con Jean Genet y otros, se le ha catalogado dentro de una pléyade de «malditos», de hecho la Igleia Católica al año siguiente de su muerte incluyo sus libros en el índice de los prohibidos.
En toda su obra se advierte la poesía y el simbolismo que alentó su trabajo, así como su crítica a la disciplina; en su obra Los Alimentos Terrestres afirma que son los instintos los que triunfan y que hay que superar prejuicios y temores.
André Gide recibió en 1947 el Premio Nobel de Literatura.
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